lunes, 31 de julio de 2017

Paradigmas de la identidad en la poesía peruana, según Dorian Espezúa


Dorian Espezúa, en el marco de la mesa “Registros heterogéneos en la poesía peruana contemporánea” (JALLA 2016, La Paz), presentó una ponencia titulada “Paradigmas identitarios en la poesía de Leoncio Bueno y Efraín Miranda”; en la cual propuso una taxonomía de paradigmas de identidad que va como sigue:
1.Soy, luego existo.  No depende de la elección, sino del destino.
2.Existo, luego soy (existencialista).  Todo está ya  construido.
3.Paradigma cultural: pertenencia,  participación y arraigo. Yo social, colectivo, incluyendo nuestras raíces.
4.Autonomía (Elijo lo que soy o mi modo de vida).  Performance.  Ejemplos, Leoncio Bueno, deja de ser casi un negro, asume una actitud integradora; Efraín Miranda, siendo medio gringo (blanco) decide ser indio.
5.Nominalista: soy lo que dice el otro que soy.  Paradigma postmoderrno que no pone en valor las políticas de identidad.
Para, enseguida, Espezúa pasar a advertirnos tener cuidado con los que dicen que todo es construcción, que todo sólo es narrativa.  Cuidado con los estereotipos… que los indios son indios sólo luego de la invasión europea.

Interesantes síntesis y taxonomía, las del colega Espezúa,  a las que cabría añadir las del "giro ontológico": simetría (Bruno Latour) o multinaturalismo (Eduardo Viveiros de Castro).  Esta última, por ejemplo, la mediación conceptual más afín para describir la poesía de César Vallejo, e incluso para iluminar su, hasta hoy mismo, detectivesca biografía... Vallejo que está "al principio y al fin" (José María Arguedas) de la poesía peruana. Multinaturalismo, por cierto, inspirado en el modo de conocer amerindio.  Aunque, no menos, en una perspectiva  trastlántica ya que participan en su genealogía, sobre todo, Claude Lévi-Strauss, pero también Spinoza y, un poco más atrás, hasta el mismísimo Descartes: algo así como la pepa del modo de pensar de Occidente.



sábado, 22 de julio de 2017

Poesía peruana post-Vallejo: De los indigenismos a las opacidades


César Vallejo sepultó con su obra poética –aunque valiéndose también de sus persuasivas crónicas y ensayos– todos los indigenismos; y sacó adelante un concepto y una práctica que podríamos motejar como Indigenismo-3, pero que preferimos –junto con Édouard Glissant– denominar “opacidad”.  Esto en primer lugar.  Luego, o en segundo lugar, aunque acaso sea lo más importante aquí, proponer una metodología de lo “opaco” lo más discreta posible y, esperamos, lo más productiva también.  Por último, o en tercer lugar,  aplicar dicho método en nuestro análisis de algunos hitos de la poesía post-Vallejo: Magdalena Chocano (1957), Vladimir Herrera (1950), Rocío Castro Morgado (1959) y  Juan de la Fuente Umetsu (1963), fundamentalmente.

http://revistes.uab.cat/mitologias/article/view/v15-granados

domingo, 16 de julio de 2017

Vallejo conoce a Picasso: Su cara me hizo doler el corazón

Picasso o la cucaña del héroe
Antes de conocer personalmente a Picasso, se me había noticiado tratarse de un traficante en camelot, seductor de incautos, habilidad miriápoda para todas las cucañas. Jean Cocteau me había dicho, persignándose:
-Un ruso apareció un día ahorcado en su atelier de Montmartre…
Decrefft me refería, en tanto cincelaba en granito mi cabeza:
-Picasso debe muchas muertes.
Hace pocas semanas Francisco Carco:
-Picasso antes que todo, se trata de sobremesa con los más ilustres apaches de mis novelas. M. Fortunat Strowski, Profesor de Literatura Polaca en la Sorbona, puede atestiguarlo…
Por otro lado, conocía yo dos o tres fotografías del hombre, tales como las que aparecen en los estudios que sobre el jefe del cubismo han publicado Pierre Reverdy, Maurice Raynal y Jean Cocteau, donde el ala insultante del cabello, venida de su cuenta sobre la frente, no es ala buena: por Maurice Barrés y por la mecha del testuz del toro sirio. Ya don Ramón María del Valle Inclán, Marqués de Bradomín y coronel general de los ejércitos de tierras calientes, al salir de casa de Barrés, exclamaba: “Parece un cuervo mojado…” Y todo, por esa ala insultante de cabello.
Decrefft me ha presentado luego a Picasso, a la salida de la galería Rosenberg, donde el artista acaba de hacer una pequeña exposición de sus telas. Picasso iba con su mujer, una rusa fatal y monoplana, bailarina que baila todavía, con quien casó en Italia, a raíz de la primera representación de Parade, obra decorada por Picasso y jugada por el grupo de artistas de que formaba parte la fina danzarina. Picasso, cuando le vi, llevaba hongo y su cara, un poco cínica y otro poco apretada en pascalianas fricciones de domador de circo, pulcramente rasurada, me hizo doler el corazón. ¿Por qué? ¿Por su estriado gesto de saltimbanqui trágico? ¿Por sus pómulos de héroe, que han tenido que ver de costado el sueño de sus vastas retinas? Al descubrirse, apareció el ala de cabello, como pegada a la frente. Se alejó de nosotros la pareja, el pintor y la bailarina, sonriendo, haciendo cortesía, medianas ambas tallas, acaso pequeñas, ella de azul y adarme al ristre y él muy de prisa, con su andar de negociante en leña, que olvidó su cartera en el telégrafo.
Pero Picasso ha sacado de la nada, como en la creación católica del mundo, los mejores dibujos que artista alguno haya trazado en el mundo. El valor de ellos, su encanto inmarcesible, vienen de su simplicidad calofriante. Picasso dibuja con un pulso tan torpe y tan trémulo de candor, que sus curvas parecen líneas hechas por un absurdo niño, en perfectos ejercicios escolares. Hasta Picasso no existió la línea curva. Él quebrantó la recta, por la vez primera. Y en ese quebranto reposa el gozne funcional y arlequinesco de su estética.
Múltiple, clásico, soviético, romántico, pagano, “primitivo, moderno, sencillo y complicado”. Picasso decía allá en sus años de hipos en la cuerda, en sus match sudorosos de incipiente: “Respetable público, cuando una tela no alcanza para el trazo de un retrato, hay que pintar las piernas aparte, al lado del cuerpo… He dicho, señores”.
Quien ha creado obra tan multánime e imperecedera, está en libertad de vivir, si le place, sentado en la propia nariz de Minerva, haciéndola chillar en ágoras y mercados. El genio tuvo siempre cogida por el rabo a la moral.